"Al
volver los apóstoles donde estaba Jesús, le contaron todo lo que habían
hecho y lo que habían enseñado. Y entonces él les dijo: Vamos aparte a
un lugar tranquilo para descansar un poco" (Mc 6, 30-31)
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En
la semana pasada hemos meditado sobre el primer envío misionario que
Jesús hizo a sus apóstoles. Hoy el evangelio nos cuenta el retorno de
estos discípulos. Ellos vuelven a Jesús llenos de novedades, y Lucas nos
dice que ellos se sentían felices cuando retornaron (Lc. 10, 17).
Como
vemos el hecho de haber ido a la misión les ayudaba por fin en el
dialogo con Jesús. Seguramente a causa de las experiencias que ellos
tuvieron, Jesús pudo profundizar muchas cosas con ellos, que de otro
modo habrían sido solamente explicaciones teóricas.
La
experiencia misionera les dio a los discípulos un nuevo vigor, nuevas
ganas para crecer en el encuentro con el Señor. De nuevo este evangelio
nos hace insistir en la importancia de compartir nuestra fe. De ser
misioneros en primer lugar en nuestros ambientes (trabajo, escuela,
vecinos, grupos de amigos...) y cuando sea posible también en otros
ambientes donde vamos exclusivamente para evangelizar. En la Iglesia de
Cristo nadie debe solo recibir, todos son invitados a compartir de lo
que ya tienen.
Infelizmente
estamos muy acostumbrados a la pasividad. Queremos ser cristianos
pasivos. Queremos ser solo espectadores. Queremos solo recibir. Pensamos
que para ser un evangelizador, un misionero, se tiene que ser una
persona especial, o que esto sea cosa solo de los sacerdotes y las
monjas. Pero no es así. Toda la Iglesia es misionera. Todos los miembros
de este cuerpo estamos llamados al trabajo apostólico. Todos los que
recibieron la buena noticia tienen que pasarla adelante, tienen que
anunciarla. Quien esconde este tesoro, lo pierde. Quien lo regala, lo ve
multiplicar.
Pero
el evangelio de hoy nos da la ocasión de decir una palabrita sobre el
descanso. Después de la misión Jesús invitó los discípulos a descansar.
El
descanso es una parte de la Ley de Dios. Él sirve a rehacernos, a
renovar nuestras fuerzas y nuestras energías. Hasta los operarios del
reino tienen el deber de reposar. Los hebreos, con las reglas muy duras
sobre el reposo del sábado, sabían que este precepto era muy importante
hasta para la espiritualidad, pues les hacía entender que aun cuando
paran, el mundo sigue adelante, pues no somos nosotros quienes vamos a
mover al mundo, pero si Dios, que es Señor de todas las cosas. Muchas
veces nuestro activismo nos hace creer que somos nosotros los
imprescindibles. Corremos como locos, creyendo que sin nosotros el mundo
se termina. Pero esto no pasa de una estúpida alusión. Aunque muramos,
el mundo continúa su camino.
Es
en la escuela del reposo semanal, que aprendemos que solo Dios es
necesario. La auténtica espiritualidad cristiana exige asumir el
descanso como un principio sagrado. Sin dudas debemos colaborar con
todas nuestras fuerzas, debemos dar todo lo que tenemos, pero sin pensar
jamás que somos los únicos responsable para que las cosas caminen.
Debemos
recuperar el domingo como día del Señor. Día de oración y de descanso.
Día de estar con la familia, de participar en la comunidad. Día de
gastar el tiempo con la vida, con la amistad, con algún paseo, con la
contemplación de alguna belleza.
Quien
nunca descansa, aunque esté haciendo solo cosas buenas, aun no entendió
quién es el verdadero motor de la espiritualidad cristiana, y puede
estar siendo víctima de sí mismo. Aun no entregó el timón de su vida a
Jesús.
El Señor nos envía a la misión, pero nos alerta que hace parte de esta también, el sagrado descanso.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
AMEN.
AMEN.
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